"Me acaba de llamar Fernando Savater. He pensado que era un amigo que me estaba gastando una broma. Me ha dicho: 'Hola, soy Fernando Savater, presidente del jurado del premio Espasa de Ensayo. Enhorabuena, has ganado'. 'Estás de coña', le he contestado, pero al escuchar las risas de fondo del resto del jurado casi me desmayo". 'La mujer del maquis', el libro que Ana R.Cañil construía desde hace tres años, tenía un segundo final, esta vez feliz, aunque fuera más allá de las vibrantes páginas repletas de vida.
Medio siglo después, la cacería humana, la fortaleza, el ánimo, la inocencia, la tragedia y el amor desnudo, original e indestructible, salen del silencio. Un triunfo. El miedo deja de ser un motivo arraigado con sangre, porque una empecinada periodista se empeña en desempolvar el dolor, en extraer la alegría y en abordar el sufrimiento sin dramatismos. Los maquis, sus enlaces y sus familias, los grandes olvidados de la posguerra, abandonados a su suerte, dejan de ser leyenda y adquieren personalidad. 'Maquis' es la afrancesada palabra que define a los emboscados, originalmente republicanos, que no asumieron el desenlace de la Guerra Civil, que no pudieron salir de España y que se echaron al monte, como guerrilleros al principio y tratando de sobrevivir al final.
Miras de frente a Paco Bedoya, el último de los del monte, lees las cartas únicas y extraordinarias que escribió a Leles y la historia, espeluznante, contradictoria, inexplicable, te seduce ya hasta más allá del desenlace. Ese amor tan intenso, indestructible, es un tesoro. A veces sientes pudor, por husmear tan cerca. Otras, te puede la rabia. Y, todo el tiempo, te arrastra la emoción. Tus problemas se encogen y comprendes que quienes de verdad tienen razones para quejarse, para el resentimiento, no están dispuestos a dejarse devorar por el odio. Sólo desean que nada se repita.
El último de los maquis, el tierno y cariñoso Bedoyón para los suyos, una auténtica fiera de la naturaleza para la policía y la Guardia Civil, que cayó abatido a tiros 19 años después de que Franco ganara la Guerra Civil, con tan sólo 28 años, era una pasión irreversible.
Los maquis, abandonados por el Partido Comunista, se convirtieron en el gran objetivo del régimen. ¿Cómo era posible que unos indocumentados hombres del campo burlaran los métodos y el cerco de la Guardia Civil? Su operatividad estaba en entredicho, sobre todo cuando los medios extranjeros publicaban noticias sobre la loable resistencia de un grupo de rebeldes. Cazarlos era la misión. Si había que vejar y martirizar a una adolescente con la excusa de que un día, antes de la Guerra Civil, recitó un poema de Machado en la escuela, con tal de extraer alguna pista sobre los maquis, se hacía. El Consejo de Guerra que se dictó contra 69 vecinos acusados de colaborar con los maquis en el año 50, entre los que se encontraban ancianos, adolescentes y mujeres embarazadas, es una prueba de la desesperación y el terror con que se les perseguía. En el año 1955 se llegó a ofrecer una desorbitada recompensa por la captura de Juanín y Bedoya: 500.000 pesetas de la época, que, actualizado, serían 23 millones de pesetas (cerca de 140.000 euros) por cada uno. Y eso que Paco Bedoya nunca cometió ningún delito de sangre.
"Sufrí, me emocioné y disfruté a partes iguales. Las treinta y tantas personas con las que he hablado me han aportado más de lo que pueden imaginar". Ana se confiesa absolutamente identificada con sus protagonistas. Esos personajes de carne y hueso que rebuscaron en su pasado, aun a sabiendas de lo agónico que resulta abrir las heridas. Le impactó la serenidad y la ausencia de dramatismo. Rieron y se emocionaron. Rescataron también los instantes felices, hasta la autopsia de Paco Bedoya se lee con una sonrisa en los labios. Y nos dan una lección, aunque es lo último que pretendían. Ana R. Cañil no se resiste a reivindicar el oficio periodístico, la necesidad de acudir a las fuentes, porque "ni el teléfono, ni la mesa, ni internet es capaz de suplir el cara a cara ni el trabajo de campo".
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