Los derechos de los animales

Supongamos que, tras escapar por los pelos de las garras de un leopardo, una gacela decide llamar a su abogado para quejarse de que su derecho a pastar donde ella quiera ha sido violado. ¿Debería denunciar al leopardo, o pensará acaso su abogado que también los predadores tienen derechos?


Absurdo, ¿verdad? Ciertamente, estoy a favor de los esfuerzos que se realizan para frenar los abusos contra los animales, pero albergo serias dudas sobre el método elegido, que ha desembocado en que las facultades de derecho de Estados Unidos estén ofreciendo cursos de “derecho animal”. No están hablando de la ley de la jungla, sino de aplicar los principios de justicia a los animales. ¿Los animales son simples merecedores de derechos tan firmes e incontestables como los derechos constitucionales de las personas?


Este punto de vista ha ido ganando adeptos.


El debate sobre los derechos de los animales no es nuevo. En la década de 1970, se despreciaba el sufrimiento animal como una cuestión sentimentaloide. Junto a firmes avisos para evitar caer en el antropomorfismo, era entonces dominante el punto de vista que sostenía que los animales no eran sino meros robots, desprovistos de sentimientos, ideas o emociones. Los científicos sostenían, con la cara muy seria, que los animales no pueden sufrir, o al menos no como lo hacemos los humanos.


Esta idea cambió en la década de 1980, con la aplicación de las teorías cognitivas al comportamiento animal. La vida emocional de los animales es mucho más cercana a la nuestra de lo que pensábamos.


Esta nueva forma de ver las cosas podría transformar nuestra actitud hacia los animales. Pero de ahí a decir que la única forma de garantizar que se les dé un trato decente es dándoles derechos y abogados va un trecho. Supongo que esto es muy americano, pero los derechos forman parte de un contrato social que no tiene sentido sin la existencia de deberes. Ésta es la razón por la que el indignante paralelismo que los defensores de los derechos de los animales establecen con la abolición de la esclavitud, que es, además de insultante, moralmente imperfecto. Los esclavos pueden y deben convertirse en miembros de pleno derecho de la sociedad; los animales, no.


Somos la primera especie animal en aplicar tendencias moralmente correctas, por extensión, a otras especies. Ellos, no. El trato humanitario, y no los derechos, se deberían convertir entonces en la pieza central de nuestra actitud hacia los animales.

1 comentario:

Alicé dijo...

He vuelto a esto del blog Sr.
Un beso!